Como en todas las guerras, los contrincantes, antes de atacar, pasan por las insinuaciones, las voluntades, las declaraciones de intenciones, las negociaciones y cuando todo esto está ya muy mascado, uno de los bandos ve la puerta abierta, se crece creyendo que ya está en posición de atacar para conseguir la victoria y empiezan las amenazas hasta llegar a la guerra con la intención de imponer su voluntad.
En esta guerra de géneros que estamos viviendo, las feministas extremas han pensado todo el tiempo que tenían a los hombres rodeados y acorralados, en su ataque frontal al patriarcado. Han atacado a degüello, creyendo que era el momento del asalto al poder, viendo cómo los hombres sin hacer nada les iban dejando el terreno fácilmente e incluso sumándose a ellas, dentro de su odio. Como en las guerras, hay que planear muy bien la estrategia y sobre todo saber que el oponente llegará un momento que atacará también, aunque sea lo último que haga y eso hay que tenerlo previsto en la geoestrategia de la guerra. Ahora vemos que después de 15 años de acoso y derribo al patriarcado, no habían calculado la posición de ataque masculina y se ven con el fascismo de extrema derecha al cuello. Ese fallo de cálculo, que a muchas les daba igual por que ya las pillaría cerca de la muerte, va a dejar a sus compañeras más jóvenes, que han manipulado para sus intereses, en un mundo encaminado al fascismo extremo, donde los que mandan aunque sean mujeres, no son Caperucita Roja y no tienen ninguna intención que el progresismo feminista barato les coma terreno.
Así pues, como siempre, el tiempo va pasando y va poniendo a cada uno en su sitio si hace las cosas bien, pero si se hacen mal, pone a cada uno en mal sitio y eso complica la convivencia de los que no lo vieron venir, ahora se encuentran en una encerrona que ni veían venir, ni querían y que no sabrán cómo salir de ahí.



